Y lo más difícil es que no me evites.
Odio que me persigas, que me digas cosas que sabes que me
encantan oír, que me cautives, que me enfríes con tu voz, que hagas que mi piel
se tense, que mi pelo se erice por los escalofríos que no dejas de provocarme,
que me grites algo que se asemeja a un susurro, que me cantes las palabras que
no puedo apartar de mi mente, en la escala de matices, ésa que me conduce a la
locura.
No hay medidas, no hay soluciones.
Me conjugas tu verbo, el que siempre te acompaña, el que no
tiene desinencia estable, que irregulariza con el paso del tiempo.
Tú, que levantas y creas cosquilleo…
Deja ya de obligarme a sintonizarte, que solo quiero tu melodía.
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