Algunas personas sacan la inspiración de la luz.
Pasan y pasan sus horas ante una ventana, con las cortinas trasparentes,
dejando pasar los halos de luz difusa entre el cristalino y su escritorio,
donde se refleja y se dispersa por todos y cada uno de los rincones de ese
pequeño hábitat luminoso.
Otros la encontrarán escuchando su propio repertorio de
canciones, ésas que le hagan llorar, pensar, meditar, las que desearía haber
compuesto y que puede que incluso lo haya hecho, pues se sabe hasta el más minúsculo
acorde, silencio y rasguño del arco o púa en las cuerdas instrumentales de su
imaginación.
Posiblemente haya alguien que sienta la llamada de la pluma
después de dar “x” brazadas en una piscina, y no descanse hasta conseguir
hacerlas de múltiplo en múltiplo.
Tal vez tú la encuentres atiborrándote de galletas, o no te
centres hasta tomarte un café tapada en el sofá, con la luz tenue y con tus
estanterías llenas de “post-its”, a lo lluvia de ideas esperando una respuesta.
También se basaran en estar tumbada en una hamaca, con las
Ray-ban recién sacadas de Hollywood, con o sin batido de mango, cuando duermas,
viajes, fotografíes un paisaje, grites desde un ático con un megáfono, bailes
en la punta de un rascacielos, te cuelgues de un árbol…
Tu capacidad de síntesis variará según el ámbito. Quizá aquello
que quieras contar no lo reflejarás del mismo modo en una isla desierta que
cuando te escondas del dentista debajo del asiento.
Tus palabras se verán afectadas por la textura de tu expresión,
por ello mejor decirlas en alto, aunque se pierdan en el tiempo.
Siempre habrá alguna curiosa mente que las guarde en su
grabadora y las reproduzca en otro instante.
No sé de dónde viene la escritura, ni adónde llegará. Solo sé
que me pierde, me sumerjo entre un mar de sílabas, letras, entre océanos de
oraciones que se coordinan.
Algunas personas se inspiran en su día a día.
Yo lo hago en ti.