A veces
pensamos, meditamos sobre cierto tema, y no paramos hasta hallar una solución
que evite un problema e incluso volver a pensar.
De vez en
cuando soñamos, sin necesidad de almohada o colchón. Surcamos cada extremo del
cielo con solo cerrar los ojos, o manteniéndolos abiertos.
Recorremos
cada palabra de un libro pasando las yemas de los dedos por encima de sus letras, esperando
que tengan relieve, deseando que cobren vida y que nos digan lo que sigue a
continuación, sin desvelarnos el final.
Muy a
menudo olvidamos, y retrocedemos hasta cuando no nos importaba si el rojo
quedaba bien con el rosa, si las flores repelían a los lunares o si cada vez
que nos miraba había que interpretarlo como un deseo de estar a su lado.
Nos
perdemos cuando nos agarran de la mano, por el miedo a que nos suelten, en
caminos y bosques en los que es mejor no entrar.
Tomamos
como “el primer beso” aquel que le dimos a los ositos de nuestras cortinas, y
no el que nos hizo viajar, soñar y sentir algo nuevo.
¿Y todo
esto por qué?
Por que
somos personas.
Seres que
lloran, comen, beben, ríen hasta ahogarse o sentir dolor en el costado, cantan,
bailan (o algunos eso intentan), desafinan, se emocionan, se desorientan…
Pero en el
fondo… Simples críos.
A veces
ignoramos, no solo lo que nos rodea, si no lo quienes somos nosotros mismos.
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