El olor a café la hace sumergirse en el ambiente.
Lo que parecía un simple antojo mañanero, se convierte en una
adicción humeante, que la envuelve, la posee,
la relaja y la allana.
Esa mezcla de sensaciones, solo producida por un blues, por un
jazz provocador, que tienta e incita a lo prohibido.
La amargura del dulzor, una disolución de sabores, que hace que
se olvide de todo lo que habita en un oscuro rincón de su mente.
La invade el egoísmo, de solo poder disfrutarlo ella.
Pero no es así, ya que el grano del cacao conmueve a media
ciudad. Solo se encuentran a salvo los niños, los que comparten un vicio oculto hacia el azúcar en polvo con otro tipo de cacao. Es en la urbe donde, cada mañana, miles de personas se ven perdidas entre el vapor
que expulsa una pequeña máquina o taza, y que los esclaviza, dejándolos
inconscientes y conscientes hasta la próxima vez.
En resumen, algo parecido al amor.
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