Se asomó
a la ventana, y de repente una esencia gélida inundó sus pestañas.
El frío
le cubrió completamente sus orejas, dejando descubierto un escalofrío y un suspiro.
No temía
a resfriarse, no temía que la nieve enterrara su casa, y menos aún que un reno
la raptase y empezara a volar.
Básicamente
porque no había nada a lo que temer.
Era
invierno, era época de magia, de sueños y de Navidad.
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