_Y aquí estás, otra
vez, tan guapa como siempre.
Ya has visto que te
he dejado notas, repartidas por toda la casa.
Supongo que las habrás
leído impaciente, como una niña con ansias de aventura que no ve el final.
La primera nota, en
el azúcar, porque es tan dulce como tú.
La segunda, en el
DVD de “El Rey León”, por tus momentos infantiles.
La tercera en el
bote de colonia que acabaste ayer, en la basura, porque me encanta cómo hueles,
y no necesitas perfumes para que siga gustándome tu aroma.
Bueno, y si lees ésta,
es por algo, ¿no? Ahora respóndeme.
En esta cuarta y última
nota, pone: “¿Qué ves, pequeña?”
Si la he pegado en
el espejo será por un motivo, mi niña.
Porque quiero que
veas lo que veo yo.
En estos momentos me
gustaría ver a esa diminuta loca que hay en ti.
El pelo todo
alborotado y enredado, las pestañas pegadas, tu pijama de Winnie the Pooh, tu
bata mal abrochada, tus pies descalzos sobre la moqueta…
Si viera eso ahora
mismo, significaría que habría pasado la noche entera junto a ti, que podría
despertarte tirándote el zumo de piña que tanto te gusta por la cabeza, que
bajaría inmediatamente a la tienda de debajo de tu casa para comprarte unos
calcetines y que no andaras descalza, que te haría magdalenas de chocolate y te
despertaría cogiéndote para bailar hip-hop a las seis de la mañana, como si
fueras un pepele.
La respuesta: No sé
qué ven tus ojos, si manchas de luz o la realidad, pero yo veo la persona más
increíble del mundo, mi vida, te veo a ti.
Y no, no tengo diotrías…