Jugando a aprender todos los
nombres de quienes te rodean. Al igual que cuando eres pequeño y, sentado en la
sala de espera, aguardas a que tu pediatra te llame y descubres el de todos los
que pasan ante ti.
La curiosidad se despierta en tu interior y miras a tu alrededor,
imaginando un mundo más allá de los fluorescentes, y las baldosas y azulejos de
cristal que ocultan el consultorio.
Y, por un momento, aunque tu edad sea lo suficientemente elevada
en número y cantidad como para no poder contarse sumando los dedos de pies y
manos de 3 personas, deseas ponerte la característica "bata blanca"
que define al doctor y que te quede grande, para que puedas pisarla, tropezarte
y cubrirte hasta los nudillos con sus enormes mangas.
Es la ilusión del hecho de poseer un atuendo multiusos, de
trepar por los asientos de la sala, proyectar tus piernas hacia el siguiente,
el que se encuentra en paralelo, y revolotear como un pajarillo sin
experiencia.
Y es que, por mucho que pasen los años, hasta el anciano tiene
un corazón y unos sueños de niño.
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