Puedes lanzarme besos, mandarme sms aunque estemos a 3 metros el
uno del otro, lanzarme un avión de papel que lleve dentro las llaves de tu
casa, arrancar una flor del suelo y soplarla para que el viento la lleve hacia
mí, enseñarme el dedo corazón, sonreírme, cantarme, gritarme, cualquier cosa,
pero yo no te escucharé.
No quiero contagiarte. Ahora que por fin tengo la fiebre de los
hoyuelos soleados, que tengo la enfermedad de la felicidad, quiero incubarla,
mantenerme con ella siempre, no curarme jamás.
Cuando la suelte es que habrás perdido el interés por mí.
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