La razón por la que te entusiasmas, lloras, saltas, juegas con los
mechones de tu pelo, te pellizcas para aguantar las ganas de abrazarlo, te
pisan, te autocontrolas, te desnivelas, te vuelves paranoica, te gusta todo lo
que hace, que te pones de recompensa, de motivación, que te hace parecer estúpida,
te haces ilusiones, suspiras, gritas, susurras, murmuras, traes siempre
novedades, imaginas, sueñas, creas, que te hace parecer extraña, distante,
viajante, extravagante, loca, divertida, furiosa, empanada, enamorada,
ensimismada, la clave de tu música, de tu ambiente, de tu concentración y todo
lo contrario.
Es tu fuente de inspiración, pero también la que hace que olvides
tus ideas, todo lo que pasa a tu alrededor, que no se va de tu cabeza, que hace
que tengas que repetir en tu mente todo lo que intentas memorizar, o preguntar
5 veces para retener la información que te da el otro.
Por él pones voz ridícula, hablas sola, te tropiezas, te deslizas,
te desmayas, te pones bizca, tragas sin masticar, te atragantas, bebes para
evitar preguntas, tiras el agua cuando dice algo que te hace reír, intentas
hacer el pino y te caes, cambias el día, lo tiñes de color cuando estaba en
blanco y negro, escribes, le dedicas cada segundo, minuto, hora, día, mes… Solo
por él, porque siempre creíste que era el único, el mejor, con o sin defectos,
aunque cuantos más mejor, viajas con él en tu mente, te pierdes entre una calle
desconocida y la torre Effiel, o una hecha con cartón piedra, ¡qué más da…!
Fingirás siempre ser indiferente ante lo que te digan, aunque luego
lo investigues durante horas y horas…
Aunque cuando ya llevas tu tiempo… No te esfuerzas en fingir.
Lo bueno es que nunca, y digo NUNCA, te acostumbrarás.
Oh, sí, chicos, esto es lo que llamaron amor.